En sus últimas palabras antes de perder la consciencia, la anciana nos indicó que debíamos tomar su viejo cayado de roble y llevarla al bosque, lo cual, dadas las circunstancias, nos pareció una idea prácticamente suicida.
Aun así, preparamos una camilla improvisada en la que acomodamos a la ermitaña y, al echar un último vistazo por la ventana antes de salir para asegurarnos de que no había peligro, sucedió lo imposible: El bosque había venido hasta nosotros.
Y entonces, los árboles hablaron.
martes, 3 de julio de 2012
Y entonces, los árboles hablaron
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